sábado, 16 de abril de 2011

Fernanda Flores Correa (1990)

 
MIERDA

 Me da un susto voraz plantarme frente a una hoja y mis dedos que se envalentonan cuando comienzan a escribir.
Más miedo siento cuando me siento una pseudo tirana arrogante, escondida entre tanta letra y tanto recoveco; sabiendo que ni tanta letra ni tanto recoveco podrán suprimir el odio que debería sentir por mí la gente allá afuera. La gente que espera y que sufre de una crónica enfermedad llamada olvido.

Pero quizás no sea culpa mía si la depresión y el nihilismo son enfermedades inventadas por un sistema que necesita gente enferma para existir (o para su convalecer constante). Y es que la única manera de sobre morir en este infectado lupanar es mantenerse infectado.

El prostíbulo, el negocio, el mercado.

Nos tiene envueltos en un estado mental estepárico y que la rae me perdone si he de conjugar mal algún verbo, sólo busco las mil y una manera de hacer la revolución mañana, sin tener que levantar un fusil.

Podríamospartirporelabecedario
O adjetivando lo in adjetivable.
O el oración orden de por esta.


En fin, no ha dejado de llover en concepción.


  Y PUNTO  ( /. )

Más que besarte me gusta (d)escribir la situación; y es que siento que detrás de este lápiz soy  parte de una historia. Es por eso que me despido rápido, te miro cómplice y me pongo coqueta con gestos que estoy segura sólo tú percibes, lo hago para que más tarde me digas que te gusto sin que te percates de que  tú me encantas.

Miré y me perdí en tus ojos medio verdes, gigantes, aunque no  más grandes que mis ganas de quedarme allí; entonces quise  inventarte, que fueras el personaje de un cuento para poder asegurarme a tu lado. Y luego  matarte si comienzas a des coser el corazón.
¿Haz amado tanto a alguien como para querer que se muera?

Te preguntaron/ maldita pregunta pensé. La guardaré a ver si algún día me atrevo a responderla.

Hizo frío esa vez en el paradero, pero qué  importa si cruzaste tus dedos con los míos y fue de improviso. Me diste un beso apretado cerca de los labios y yo besé tu cuello porque me fascina saber que te fascina que haga eso. Enredé mi mano en tu pelo y ya no pude seguir recordando lo tarde (o lo apresurado)  que era para estar ahí, contigo.

 Eres un personaje de cuento, te dije para ver qué cara ponías; entonces diste en el clavo con una sonrisa, de esas que sacas de tu abrigo y dejas inserta en alguna parte del mundo.

Soy un niño me dijo,  y ya no supe cómo dejar de idealizarlo. Le dije que podría dibujarlo en un par de líneas de grafito y se asustó; porque nunca nadie le había dicho tamaño disparate. También podría colorearte, pensé.- pero me arrepentí de la idea porque el grafito le queda bien, asienta con su abrigo negro y con la culpa que lleva en cada uno de sus bolsillos/en cada una de sus miradas/en cada uno de sus besos/.

Y la culpa rima con la pena que no acaba.



sábado, 26 de marzo de 2011

Poemas de Sergio Rodríguez Saavedra (1963)

YA NO LEO A MARX NI MATEO


 Me limito simplemente a pensar
si el polvo tañe en las campanas o estos caminos
han regresado alguna vez al mar: si en sus lenguas
y lenguajes a todos cantaremos: si salivales
limpiamos aquel idioma empantanado en la ribera
y construimos risa la choza del ausente
o arroyo visitaremos niebla poblando
de musgo y gusano el destino de la casa natal:
Ya sé que pasar la edad de Cristo es entrar
al territorio de la muerte y la taberna: quizás
cuando la barca no sea su madera
estaré para remero descalzo
o cansado al fin de míseros tratos con la nada
plagiaré como tantos la voz ahogada
que ronda a quienes dejaron de nadar
contra la corriente:
                            Es hora de abandonar
la biblioteca a su candado porque no fuimos
ni el libro ni su llave: lo dijo el ángel
- anda sólo: yo tengo alas –
tal vez sea momento de guardar
para otros más veloces esa palabra ligera: mientras
un viento de todos los siglos tañe cada vez más fuerte
el polvo que nos empieza a llamar:


   
IMBUNCHES 1
(la metamorfosis)


Y si poseo
tanta tristeza
como un extraño insecto
de Kafka

              tal vez
              ha llegado el momento
              que me llamen Sr. Samsa

              y cierren
              de una vez por todas
                       esa maldita puerta.

  
CANTAR DE MARÍA DEVOTA


Si tengo lengua, pues lamo miel
y si dientes, entonces loba soy a tu sexo.

Aunque estés dentro del bosque
siguiendo huellas donde tienes mi caricia.

Soy María Devota, desde los quince
el cuerpo que arquea en tus manos.

La madre de algunos que vagan por el viento
jugando a ser gotas, pulsando la guitarra
como quien pulsa el destino, riendo cretinos
cuando pasan por hendijas llenas de sudor.

Soy tu bruja, ni se te olvide Comandante de la
Tierra, traerme una flor extraña, una rama ensortijada
una mariposa que anide el horizonte
que veré en tus ojos.

No te olvides bajarme la ganas
cuando vuelvas esta noche.

  

LA HORA DEL FIN SEGÚN EFRAÍN IMELCOY

 He apreciado una piedra.
No tiene esa majestuosidad del roquerío
ante la zarza de las olas
tampoco velocidad en la cruza del lobo
pero da forma al rigor del ángel
que deja luceros
como quien olvida otra mentira
sobre la mesa del bar.
He pulsado su clavija
tensando el alma de aquellos abandonados
y era su tacto un corazón fósil
su roce un beso mojado por la angustia
este siglo otro marino cansado de secar
las barbas
bajo un cielo perdido en las rutas del sud.

He apreciado esta piedra.
De ella entonces nuestras lápidas.

(de Tractatus y Mariposa, 2006)

Sergio Rodríguez Saavedra: Nacido en Santiago de Chile (1963) es Profesor de Estado y Diplomado en Literatura Latinoamericana Siglo XXI. Colaborador de reseñas críticas desde los años 90 en diversos periódicos y revistas especializadas como Literatura & Libros, El Siglo y Pluma y Pincel. Fue subdirector de revista Rayentrú (2000-2005), y Editor de reseñas del periódico cultural Carajo (2005-2008). Durante esos años organizó diversos encuentros de revistas de corto tiraje, denominadas micro-medios. Actualmente dirige el proyecto Santiago Inédito.
Su trabajo poético ha sido reconocido en diversos certámenes entre los que figuran la Beca de Creación  que otorga el Consejo Nacional del Libro y la Lectura (1999 y 2004), el Festival de todas las Artes Víctor Jara (1998 y 2002), Juegos Florales de Vicuña (2005), Stella Corvalán (2006), Premio Nacional Eduardo Anguita (2008). Ha publicado Suscrito en la niebla (1995), Ciudad Poniente (2000 - 2002), Memorial del Confín de la Tierra (2003), Tractatus y Mariposa (2006), y Militancia Personal (2008).

Selecciones de su obra circulan en antologías y muestras nacionales  y muestras editadas en Brasil, España, México y Estados Unidos.

Textos de Margarita Acuña (1990)

El silencio de los inocentes
 Soy un presagio, un mal crónico que te sube hasta más arriba de la coronilla y te desnuda aquellos pensamientos que jamás pensaste que saldrían a la luz. Soy como el programa de farándula que te acecha todos los días a la hora del desayuno (para quienes no madrugan), o mientras esperas comprar el bono en el centro médico, de esos programas que te llenan la cabeza de estupideces para absorberte el raciocinio sin anestesia, sin glamour, sin arrepentimiento alguno, pero con belleza, de aquella belleza clásica -o no tan clásica- pero que se homogeiniza en el contacto con los otros. Nunca me vas a distinguir si me pillas caminando, porque estoy cerca, siempre rondando, como una profecía que se guía por instinto y aparece según el clima que haya en la ciudad en la que comparecemos cada día en la micro, estudiando, sacándonos los ojos por comprar primero queso en el supermercado, en ese rincón de Fiambrería que aborrezco incluso más que el rincón o pared del pan, porque al menos las personas esperando el pan caliente son animales asumidos, que te empujan y te golpean por comer ese cuerpo sagrado simbólico del Cristo que cuentan que aparece en algunos o todos los episodios de la Biblia. Porque no soy tu génesis, ni tu salvación, sino el presagio que circunda tus horas oscuras, cuando me observas (y sabes que me observas) y me obsequias las ironías que necesito, que me hacen recapitular y confirmar que no eres un semidiós esperando ascender al Olimpo, porque El Olimpo siempre ha estado presente, con numeración, con una calle de cemento, con bazares, con fotocopiadoras, con botillerías, con locales de pollos asados, de completos, de hamburguesas, de todas aquellas cosas que puedas imaginarte y que existen, y que se ríen de las divinidades que no puedes burlar porque eres el único que no goza de libertad condicional, porque tu sangre está manchada de un virus incorpóreo, que asume tu cuerpo con elegancia, con la forma de tus ideas, y que mientras más evitas menos perdonas, más deshumanizado te vas poniendo, y más te rodeas de ese academicismo que me oprime hasta decir basta, de esa autorreferencia que nos acongoja a todos los que alguna vez te miramos, te oímos, te dimos una sentencia de fin con sonetos de amargura reciclada, de aquella amargura que no es realmente eso, sino lo otro, no lo opuesto, lo otro, simplemente lo otro.


Al lado del recorrido nuevo la caravana de la muerte nos sonríe abiertamente, nos seduce, nos irrita con sus coronas de flores. Arriba del auto, un anciano nos mira con todas las arrugas a cuestas, sin pensar que su mirada nos fulmina, nos arruina o nos conecta con ese imaginario que tenemos de la edad avanzada, de qué haríamos con la muerte tan cerca, sobrecogiéndonos, achichándonos incluso físicamente sin que podamos escoger la planta de los pies, sino los zapatos, que a los 50 ya no serán zapatillas, sino stilettos, simulando altura, simulando seguridad, simulando que no le tememos a ser como el anciano, simulando que no nos dio pena ver a un hombre o una mujer vendiendo puzzles a dos por quinientos en la micro, ni que nos pusimos a llorar cuando se subió un tipo y, guitarra en mano, entonó una canción que no escuchamos porque sonaba mejor Michael Jackson en el mp3, o mp4, y que sacamos una moneda y la ponemos en sus manos, como si él no se diera cuenta que no lo habíamos escuchado, que todo era caridad, que las monedas de sus manos eran el reflejo de una sociedad turbia, podrida, marchita, llorona. Y todos los billetes están sucios, y todas las monedas son hipócritas, y putas, y estúpidas, y los políticos nos dieron tarjetas para olvidar el dolor de los bolsillos vacíos, y hasta las tarjetas ensuciamos con frustración por no tener saldo suficiente para subir dignamente por delante, y no evadir suciamente por atrás, con las miradas de la gente clavándote por todos lados, porque tú, un igual, un pobre, un desgraciado, no pagó, y ellos sí, y tú no, y de aquí somos otra historia que muere por ser contada, pero que no se contará, porque igualmente algún día se va a escribir, con o sin el mismo narrador.


Presente/ausente

Porque ella le dijo

Te quiero mandar un mail muy extenso, donde cada párrafo te cuente cómo de pronto el mundo se manda a cambiar y me deja a solas con el pc. Y te imagino, de cerca, de lejos, sonriendo con esa sonrisita maquiavélica, donde tus ojos se achican un poco para dejar paso a esa nariz un poco animalesca, donde tus dientes se asoman lo preciso como para imaginarlos desnudos en un beso donde nuestras lenguas se mezclen y nos hagan emular cada porción del paraíso que existió alguna vez en nosotros. Y dejaría la vida en ese mail, que nunca llegaría a ser escrito por puño y letra, ni impreso, o quizás ni siquiera leído porque probablemente estoy en el spam, por más que dijeras que te gustaba que yo te hiciera cariñitos con las letras. Probablemente te referías a las letras que conjugaban mis ojos, mis manos, mi boca. Porque dudo que dentro de ti haya residido esa capacidad poética o intelectual tan exquisita, como la que tenían los malditos griegos muchas veces en sus textitos tan trascendentales y tan banales tratándose de ti. Porque en realidad nunca tuviste esa sensibilidad que yo hubiera querido, donde me hubieras entendido cada pasito que daba saltando, callando, bailando, rabiando. Aunque quizás por eso te llenaba siempre de besos redundantes, porque quería que siempre lo entendieras de todas las formas posibles. Que eres exquisito, exquisito. Que sería un gusto para mí comerte a besos un par de veces en la vida. Pero mi propuesta fue un poquito indecente, o demasiado decente, no sé, no sé, en realidad contigo nunca se sabe, nunca se supo ni se sabrá, si te colmé o me colmé yo, o si ambos o ninguno se colmó. Lo más probable es que a veces te hayan dado ganas de revolcarte con otra cabeza más fácil, que se quedara callada más tiempo. Yo te entiendo, es que a veces hasta yo quisiera estar con otra, porque es terrible, terrible decidir si quiero dos y media o tres cucharadas de azúcar. Depende del vaso, claro está, pero hay vasos que tienen esa medida estúpidamente bizarra, donde no puedes calcular si quieres más o menos. Yo creo que eso me pasó, y que eso me sigue pasando. Me cuesta calcular. ¿Será por mi inclinación humanista? Porque por más que lloro, río, analizo, no sé cuál es la medida perfecta que le viene a mi altura, digamos que es una confusión que no se aclara porque quizás no hay en el mundo una reciprocidad como la que a mí me gustaría. Y entre esperar y no esperar, supongo que prefiero la segunda, aunque me quede muchos días con la primera. Y es que con o sin carita linda no hay escapatorias de este tipo, porque entre sí y el no hay tanta, tanta distancia, que si tuviera que decidir ahora ya, diría ¿ah? y perdóname, pero ¿cuándo ha sido esa una respuesta? Porque yo sabía, te prometo que sabía argumentar hasta que te vi de nuevo y me dije: ¿es necesario responder? y me dejaste con la boquita estirada, porque de seguro ni notaste la diferencia entre pedir y no pedir un beso. ¿A ti nadie te enseño a leer rostros? Yo diría que tu encanto no radica en nada que puedas controlar, y eso, eso es lo terrible que tienes, que cuando te mueves una musiquita muy encantadora te acompaña, pero no sabría describir cuál es. Es como si quisiera emular a otro con tu mismo perfume. No sabría distinguir si es o no imitación de Hugo Boss o el perfume que sea que uses y que te impregna el cuello, el pecho y hasta ese caminar digno, dignísimo que de seguro he buscado por las calles con la siguiente pregunta: ¿sería usted capaz de llevarme de la mano? y nunca he esperado una respuesta porque nunca he preguntado, en realidad.


y él, obvio, no supo qué responder, pero buscó en el spam el famoso mail por si las moscas, sin obtener más que el audio constante en su cabeza de lo que nunca llegó a leer, ni imprimir, ni nada, nada.

Textos de Lía Alvear Cossio (1991)



Ni de noche, ni de día

Hoy que veinte veces padezco, anhelo mandar tus límites al borde y quedarme solo con las noches en que me arropabas así, terminada mi anarquía poder decir tranquila: mi madre tenía razón. Por ahora creo que me hace falta compañía.

Porque soy el resultado de tu sicosis y mejores intenciones
no me beses la frente.

***
34A


Es hora de admitir que me faltan tetas; tetas y razones para negarlo.
Es hora de admitir que ya no quiero usar sostén, que ya no tiene sentido, que ni siquiera mi vanidad me hace cambiar de parecer. 
Deberé confesar entonces que jamás me ha dolido la espalda y siempre he podido correr sin problema, que no es lógico sostener pechos nimios con corpiños que pesan más que ellos y por sobre todo, que ya me importa un testículo, aunque esos si importan.

***
Enola


Confieso y reclamo pues aquí estoy, todavía aquí; vociferando un discurso sordo lleno de odios, pareceres y principios.
Discurso sin idea de naturalidades y sobre todo quedado de ganas. Y es irónico, pues mientras más lucho por cierta libertad de género,
más prisionera me hago de ideales y razones guillotinadas.
Confieso entonces que leí por no saber bailar, que me abrigué para no verme más gorda, que maquillarse era de idiotas solo porque mi sentido de autenticidad era m{as fuerte que mi buen gusto.
Reclamo entonces que ellos empezaron primero, que si no era yo alguie tenía que serlo, que soy condición de tantas que me impusieron;
y por último, que no muerdo, o al menos no tan fuerte.
***
Mientras el lobo no está


Derecho por los nervios se retuercen por el miedo continuando con la angustia, de ahí directo por todo eso junto. Si te pasas de uy qué pena, quizás podrías plantarme tu cruz y sacar esa miradita altiva que pisa caca por no mirar a los que estamos abajo, expectantes del qué dirás, del qué mierda se te va a ocurrir ahora. ¿Me perdonas? no tengo idea de gemidos ¿Ángel, me lo guardas? no siento lo que se supone debería sentir. Líbrame de pecado, más duro.